jueves, 29 de octubre de 2015

"El embarazo y la salud mental: Cómo un psiquiatra me dijo que no debería tener hijos", Marisa Lancione

Esta es la segunda traducción que cuelgo en el blog y se trata de un artículo muy importante para mí. Como enferma mental y lesbiana, no necesito que nadie me explique que ser mujer duplica cualquier estigma que una arrastre y todavía no tengo la edad como para enfrentarme a este problema, pero que esto esté pasando y haya pasado en nuestra sociedad me avergüenza, me indigna y me preocupa. Por eso, he traducido (con su permiso) un artículo muy cercano e ilustrativo de Marisa Lancione, una mujer bipolar que escribe sobre sus vivencias y su enfermedad en su web: madgirlslament.com. Espero que aprendáis de ella tanto como yo.

"Cuando participé en un programa de pacientes hospitalizados, conocí a una mujer cuya familia hizo que un médico le practicara una histerectomía completa cuando tenía dieciocho años (entonces ya tenía más de cincuenta) a causa de su trastorno bipolar. Tanto su familia como su médico creían que no estaría en condiciones para ser madre y no querían arriesgarse a que tuviera un hijo que también pudiera desarrollar el trastorno. Me aterrorizó esta historia. Esta mujer no sólo había sobrellevado una enfermedad mental debilitante, sino que había tenido que sobrellevarla cuando la esterilización forzada era una realidad para aquellos internados en hospitales psiquiátricos.
Avanzamos hasta 2012, y se forzó a una mujer con trastorno bipolar y esquizofrenia de Massachusetts a abortar y sufrir una esterilización. En 2013, el gobierno del Reino Unido le retiró su bebé a la fuerza por cesárea a una mujer nacida en Italia y lo entregó a los servicios sociales a causa de la enfermedad mental de la madre.
Como mujer casada que todavía está decidiendo si quiere o no tener hijos, el estigma del embarazo, la maternidad, y la salud mental es preocupante. Pero hasta hace dos años, estas eran sólo historias que había escuchado o sobre las que había leído. Entonces pasé por mi propia experiencia, aunque en mucha menor medida, traumática.
Estábamos en diciembre (lo recuerdo porque era mi cumpleaños) y tenía una consulta con un nuevo psiquiatra. Como dije en una entrada previa, nunca he conocido a un psiquiatra que me haya gustado y estaba segura de que este iba a ser sólo otro nombre en mi lista. Nunca pensé que iba a ser probablemente una de las peores visitas psiquiátricas de mi vida.

Sentada en la sala de espera, sabía quién me estaba esperando. Iba a ser, indudablemente, un hombre (siempre son hombres). Iba a llevar gafas (siempre llevan gafas). Iba a estar ligeramente despeinado (siempre están despeinados). Iba a hacerme preguntas sobre mi historia por las que me siento culpable y avergonzada. Yo iba a llorar. Me iba a preguntar por qué y yo iba a intentar explicarme incoherentemente a través de las lágrimas. Iba a ser horrible, pero después se habría acabado.
Te estarás preguntando, ¿por qué es una evaluación psiquiátrica tan terrible? Es porque no es simplemente un médico echándole un vistazo al lunar de tu hombro. Estás compartiendo tus experiencias más personales y, muy a menudo, las más vergonzosas.

Imagina el momento más vergonzoso de tu vida entera. Quizás fue aquella vez que te tiraste un pedo durante tu presentación de sexto curso o aquel día en décimo que fuiste por ahí con la camisa metida por dentro de las medias TODO EL DÍA. Sea lo que sea, imagina ese momento y recuerda el miedo a que te juzgaran, la vergüenza, y la shame que sentiste. Ahora imagínate volver a contarle cada momento mortificante a un extraño en el bus.
Y no solo le estás volviendo a contar la historia a una audiencia pasiva, quien te escucha está haciendo preguntas. ¿A qué olía el pedo? ¿Qué habías comido ese día? ¿Alguna vez te habías tirado un pedo en público antes? ¿Tiene tu familia un historial de tirarse pedos en público?
Estas preguntas te hacen revivir no sólo el momento vergonzoso en sí mismo, sino todos los momentos que te llevaron a aquel incidente. Ahora te arrepientes de haber tomado judías en la comida porque deberías haberlo sabido. Tu familia siempre ha murmurado sobre el accidente de tu Tío Frank en 1965.

Y mientras hace las preguntas y tú contestas, toma notas. Inacabables notas. Intentas echar un vistazo por encima de su portapapeles para ver qué está garabateando, pero no puedes verlo. Lo sujeta contra su pecho. Y de estas notas salen archivos – archivos de los que nunca estás al tanto – incluso cuando lo solicitas (creedme, lo he preguntado).

Cuando por fin me llamó, le seguí al interior de la oficina que ahora parecía claustrofóbica con nosotros dos dentro. Rápidamente me lancé de lleno a por los detalles sangrientos de mi enfermedad. (Es como arrancar una venda – hazlo rápido y el dolor dura solo un segundo).
Nos sentamos silenciosamente por un momento mientras revuelvo en mi cartera buscando un pañuelo (¡no es una visita al psiquiatra sin algo de lágrimas!). Justo cuando encuentro un pañuelo errante, inhala y me pregunta, “¿Estás pensando en quedarte embarazada?”
Hago una pausa, momentáneamente pasmada ante la pregunta. Había visto a muchos psiquiatras, pero ninguno me había preguntado esto antes. Un momento después, contesto. “No próximamente.”
“Sabes que es peligroso quedarte embarazada mientras estás con esta medicación,” me contesta, ignorando mi respuesta mientras toma más notas en su portapapeles.
“Sí, conozco el riesgo que supone.” Arqueo la espalda, me siento a la defensiva. “Pero no pienso en quedarme embarazada pronto.”
“Bien, porque es peligroso y no solo para ti. No conocemos los riesgos del uso de medicación en el feto. Podría causar defectos de nacimiento y otros asuntos. No es al 100% pero sigue habiendo un riesgo. Necesitas saber todo esto antes de quedarte embarazada.”

“Sí, he hablado de ello con mi médico antes. Pero dado que no planeo quedarme embarazada próximamente, resolvimos que podíamos revisitar el asunto cuando estuviera pensando en ello. Ni siquiera sé si quiero tener hijos, de todas formas.”
Me mira desde abajo, inclina la cabeza a un lado y se ajusta las gafas antes de volver a bajar la mirada, a su portapapeles. “Sabes que tu trastorno es genético.”
Asiento, sintiendo cómo enrojecen mis mejillas. Interpreta mi silencio como que no lo entiendo (he olvidado mencionar que los psiquiatras también son siempre condescendientes).
“Eso quiere decir que se hereda,” habla despacio, enfatizando cada sílaba, “de la familia…”

“Sé lo que significa genético,” escupo entre dientes. No hay nada peor que la gente piense que eres estúpida.

“Así que sabes que hay una posibilidad de que tu hijo sea como tú.”

Le miro fijamente espantada, decaída ante las palabras que salen por su boca. ¡Aparentemente piensa que soy algún tipo de monstruo que no debería procrear! ¿Sería tan terrible que tuviera un hijo y tuviera trastorno bipolar? No le desearía mi enfermedad a mi hijo, pero mi vida no es horrible. Y me imagino que si mi hijo sí tuviera una enfermedad mental, yo tendría las herramientas para ayudarle a lidiar con ella.
De repente intenté imaginar mi vida sin hijos. Lo que una vez había parecido una elección, ahora parecía que era algo que me estaban quitando a la fuerza. Cualquiera que me conozca sabe que odio que me digan lo que hacer y este médico estaba sugiriendo que no debería tener hijos.
Por primera vez en mi vida, quería hijos desesperadamente. Quería un montón de hijos. Quería criarlos para que fueran saludables y felices y entonces quería empujar sus bellas caras de querubín sobre él como prueba, ¡ves, están bien! ¡Puedo ser madre!
Estaba tan enfadada, y dolida, y completamente estupefacta ante sus implicaciones que ni siquiera recuerdo cómo acabó la cita. Todo lo que recuerdo es abandonar el hospital con lágrimas corriéndome por la cara, pensando, es mi cumpleaños. Me ha arruinado el cumpleaños.
Han pasado dos años desde aquella cita y he compartido esta historia repetidas veces para ilustrar el estigma y el temor penetrantes que existen hacia aquellos con una enfermedad mental. Mi experiencia no es de ningún modo tan traumática como la de alguien a quien se le practicó una histerectomía forzada o un aborto forzado por conspiración de la familia, los amigos, y los médicos. Pero os cuento esta historia para ilustrar mi argumento de que los profesionales médicos son todavía profundamente ignorantes cuando llega el momento de discutir la enfermedad mental y la posibilidad de ser padres. Estos comentarios venían de un hombre que estaba supuestamente formado en este campo. Este es un hombre que trata a una población vulnerable. Este es un hombre que está usando su autoridad para extender el temor y la desinformación.
Aunque mi marido y yo todavía no hemos decidido si y/o cuando tendremos hijos, todavía queda un rastro del dolor y el enfado de este encuentro. Algunos días, cuando veo a mis amigos con sus hijos, pienso “Yo podría hacer eso. Yo podría ser madre un día.” Y entonces oigo su voz, “pero podrían salir como tú…”


lunes, 26 de octubre de 2015

La sociedad y las chicas adolescentes

Las chicas adolescentes somos el chiste del que se ríe la sociedad entera: por nuestros gustos, nuestros problemas, nuestras jergas.

Pensadlo por un momento: se puede ser “muy pava” pero no “muy pavo”, te comportas “como una quinceañera” pero no “como un quinceañero”, chillas como una niña pero no gritas como un niño… el término “mojabragas”, que tanto se utiliza entre los jóvenes últimamente, habla por sí solo. Parecer una chica ya es vergonzoso en nuestra sociedad, pero parecer una chica entre los doce y los diecinueve lo es todavía más.
Y es que ¿qué hacen las chicas adolescentes, que tan vergonzoso es? Son fans de cantantes y actores “comerciales”, se compran posters, escriben fanfiction y chillan en los conciertos y los estrenos. Son enamoradizas. Siguen las modas. Suspiran por sus ídolos, sucumben a las hormonas y, en definitiva, están en la edad.

Sin embargo, los chicos adolescentes también están en la edad y yo no veo a nadie recordárselo tan a menudo. Los chicos adolescentes, de hecho, presentan mayores índices de consumo de alcohol a diario (ellas, sin embargo, toman más psicofármacos); y son más proclives al uso de la violencia. Los chicos adolescentes son, también, más homófobos y misóginos; son menos tolerantes y pacíficos. Este es un patrón que se repite en hombres y mujeres adultas, pero yo considero que en la adolescencia se da el mayor brote de reacciones hormonales por parte de los chicos y sin embargo es más vergonzoso cotillear con tus amigas (como una maruja) que pegarte con tus amigos.

Sigamos analizando las diferencias de comportamiento entre chicos y chicas, en la adolescencia. Las chicas adolescentes sacan mejores notas (y sin embargo tienen menos confianza en sí mismas que ellos), son más proclives a realizar cualquier tipo de voluntariado y además ayudan más en casa. También leen más y es que, al parecer, las chicas adolescentes hacen algo más que suspirar por ídolos inalcanzables entre los posters de su habitación.

Pero la verdadera pregunta aquí es ¿acaso los chicos adolescentes no tienen ídolos? ¿Acaso los chicos adolescentes no necesitan, en una edad tan difícil de maduración de la personalidad, grandes iconos a los que admirar e imitar? Por supuesto que sí. Los chicos adolescentes admiran a cantantes, futbolistas, motoristas y otros deportistas (generalizando, sí, porque esta es una comparación de estereotipos; desde luego que existen chicos adolescentes que idolatran a escritores y directores de cine). Pero no los adoran.
Porque los chicos adolescentes quieren ser sus ídolos, mientras que las chicas adolescentes quieren conquistar a sus ídolos. Los chicos adolescentes sueñan con ser futuras estrellas; las chicas adolescentes sueñan con enamorar a sus estrellas. Las chicas adolescentes idolatran a hombres, pero los chicos adolescentes no idolatran a su vez a mujeres. Los chicos adolescentes aprenden de sus ídolos en quién se quieren convertir; las chicas adolescentes aprenden de sus ídolos lo que las chicas adolescentes llevan siglos aprendiendo: de quién quieren ser.

Y esto nos lleva a otra pregunta: ¿por qué necesitan las chicas adolescentes a sus ídolos, por qué con esta desesperación que las lleva, desde a dedicar una parte importante de su vida a desconocidos, hasta a extremos como el #cutforzayn (en que se autolesionaban y subían fotos a las redes sociales por su ídolo)? La respuesta, para mí, está en lo que son: chicas y adolescentes. La adolescencia es una etapa, de por sí, de crecimiento, cambios y complicaciones; pero ser chica complica indudablemente esta misma etapa.

Y es que, cuando las niñas entran en la adolescencia, son arrojadas a un lodazal de misoginia. Se impone el dictatorial canon de belleza. Se entra en el mundo del sexo y de las relaciones amorosas. Es, en definitiva, una preparación para todo lo que implica ser mujer en una sociedad patriarcal como es esta.
Porque lo que espera a las niñas más allá de las cuatro paredes de su habitación empapelada de posters es un mundo inhóspito que se vuelve contra ellas cada vez más al crecer. Y nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos, como si los chicos de carne y hueso que están a su alcance fueran mucho mejores.

Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un joven mayor dispuesto a aprovecharse de ellas (todas hemos tenido amigas, o hemos sido esas amigas, que a los 13 años se estrenaban en las relaciones y a menudo también en el sexo de la mano de un chico de 17). Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un chico de su edad a años luz de madurez porque no ha crecido con miedo ni le han enseñado a reprimir sus impulsos como a ellas.
Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un novio machista y controlador que las aparta de sus amigas. Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, un chico que compara sus cuerpos desnudos con el de la última porno.
Nos reímos de las chicas adolescentes por soñar con famosos pero la otra opción es, muchas veces, iniciarse en el sexo bajo presión y jugando con el consentimiento.

Nos reímos de las chicas adolescentes cuando, en definitiva, lo que deberíamos hacer es avergonzarnos de lo desprotegidas que las dejamos. Porque no son sólo los novios. En la adolescencia termina de viciarse la relación femenina con la comida; en la adolescencia despuntan la mayoría de trastornos alimenticios*, empieza la competición por la delgadez, por ocupar el mínimo espacio posible en un mundo que se ríe de ti cada vez que eres algo más que invisible.

Y el mismo canon de belleza que nos roba la comida nos condena a ser mujeres plenas antes de tiempo y permanecer, al mismo tiempo, niñas. A tener pecho, caderas y culo de adulta pero la ausencia de vello, granos y estrías de una niña. A ser perfecta pero parecer natural.
A probar el sexo para no ser una estrecha pero mantenerte virgen para no ser una zorra. Porque, como leí una vez, si follas muchas veces con la misma persona no eres promiscua pero si lo haces con chicos distintos sí.
Así, las chicas adolescentes vemos a nuestras amigas llamar dieta a matarse de hambre, amor al maltrato machista y primera vez a que te viole tu novio.
Las chicas adolescentes nos regalamos pulseras, colgantes y juramentos para ser siempre amigas porque ya está el patriarcado para enfrentarnos como competencia.
Las chicas adolescentes vivimos haciendo equilibrios entre el demasiado y el no lo suficiente.
Y, cuando nos tambaleamos, os atrevéis a llamarnos ridículas. Porque convertir a las chicas adolescentes en el chiste del que se ríe toda la sociedad es el mejor método para criar futuras mujeres inseguras y sin confianza en sí mismas.

*mayor prevalencia de anorexia nerviosa en jóvenes de 13 a 18 años que en adultos y en mujeres que en hombres

jueves, 22 de octubre de 2015

"Mujeres que encogen", Lily Myers

He tenido la idea de publicar periódicamente traducciones de poemas y artículos que me parezcan interesantes para el blog. Hay muchas cosas que me gustaría decir, pero que ya se han dicho (o escrito) antes, y mejor. No creo que pudiera superar este poema, de Lily Myers, sobre cómo las mujeres tenemos una "relación con la comida", sobre cómo nos callamos y sobre cómo, en definitiva, muchas mujeres (como las de su familia) vivimos encogiendo. Es un poema slam, y por eso incluyo el vídeo original y adjunto debajo mi traducción al castellano. Espero que os llegue tanto como a mí.




“Al otro lado de la mesa de la cocina, mi madre sonríe por encima del vino tinto que bebe de su vaso de medir.
Dice que no se priva,
pero he aprendido a encontrar el matiz en cada movimiento de su tenedor.
En cada arruga de su ceja al ofrecerme los pedazos que no se ha comido de su plato.
Me he dado cuenta de que solo cena cuando yo lo sugiero.
Me pregunto qué hace cuando no estoy ahí para hacerlo.
Quizás es por esto que mi casa parece más grande cada vez que vuelvo; es proporcional.
Al encogerse, el espacio a su alrededor parece cada vez más vasto.
Ella mengua mientras mi padre se expande. Su estómago se ha vuelto redondo del vino, las noches tardías, las ostras, la poesía. Una nueva novia que tenía sobrepeso de adolescente, pero mi padre me informa de que ahora está “loca por la fruta”.
Fue igual con sus padres;
mientras mi abuela se volvía delicada y angular su marido aumentaba hasta unas mejillas redondas y rojas, un estómago redondo
y me pregunto si mi linaje es uno de mujeres que encogen
haciendo espacio para la entrada de los hombres en sus vidas
sin saber cómo rellenarlo de nuevo una vez se marchan.
Me han enseñado a acomodar.
Mi hermano nunca piensa antes de hablar.
A mí me han enseñado a filtrar.
“¿Cómo puede alguien tener una relación con la comida?” Me pregunta, riendo, mientras como la sopa de judías negras que he elegido por su falta de calorías.
Yo quiero decirle: venimos de lugares diferentes, Jonas, 
a ti te han enseñado a crecer hacia fuera
a mí me han enseñado a crecer hacia dentro
tú aprendiste de nuestro padre cómo emitir, cómo producir, a que cada pensamiento ruede de tu lengua con confianza, solías quedarte sin voz una semana cualquiera de tanto gritar
Yo aprendí a absorber
Tomé lecciones de nuestra madre de crear espacio a nuestro alrededor
aprendí a leer los nudos de su frente mientras los chicos salían a comer ostras
y nunca pretendí replicarla, pero
pasa el tiempo suficiente sentada enfrente de alguien y adquieres sus hábitos
Es por eso que las mujeres de mi familia han estado encogiendo durante décadas.
Todas nosotras lo aprendimos de las otras, de la forma en que cada generación enseñó a la siguiente cómo tejer
entretejiendo silencio entre los hilos
que todavía puedo sentir al andar por esta casa que siempre crece,
la piel picándome,
adquiriendo todos los hábitos que mi madre ha dejado caer inconscientemente como pedacitos de papel arrugado de su bolsillo en sus incontables excursiones del dormitorio a la cocina al dormitorio otra vez, 
Noches que la oigo deslizarse a comer yogur solo en la oscuridad, una fugitiva robando calorías a las que no siente que tenga derecho.
Decidiendo cuántos mordiscos son demasiados
Cuánto espacio se merece ocupar.
Observando la lucha o bien la imito o bien la odio,
Y ya no quiero hacer ninguna de las dos cosas
pero la carga de esta casa me ha seguido a través del país
he hecho cinco preguntas en clase de genética hoy y todas empezaban por la palabra “perdón”.
No conozco los requerimientos para la carrera de sociología porque me pasé la reunión entera decidiendo si podía o no comerme otro trozo de pizza
una obsesión circular que nunca quise pero
La herencia es accidental
todavía mirándome con los labios manchados de vino desde el otro lado de la mesa.”


martes, 20 de octubre de 2015

Manifiesto de Amor a las Tetas

Para mí, el feminismo es, en gran medida, una reclamación. Una re-apropiación. El feminismo, más allá de exigir lo que merecemos, es recuperar lo que (en el fondo) siempre ha sido nuestro.

La cultura. El sexo. La infancia. La calle. La noche.

Nuestros cuerpos.

El feminismo lleva mucho tiempo revalorizando nuestros cuerpos; enseñándonos a verlos desde una nueva óptica, la óptica de la aceptación, de la diversidad, del amor propio. El feminismo lleva mucho tiempo, también, re-definiendo la belleza. Como dice Salma Hayek en una de mis frases favoritas, “La gente dice a menudo que la belleza está en los ojos del que mira, y yo digo que lo más liberador de la belleza es darte cuenta de que tú eres la que mira”.
El feminismo reivindica la libertad de encontrar belleza y, sobre todo, validez en todo aquello que, más que de feo, se ha tachado de inválido. De indeseable. El feminismo reivindica que me quiero ocupe lo que ocupe, gorda en una sociedad que ha decidido que “gorda” es lo peor que puede ser una mujer, con curvas o sin ellas, con estrías y arrugas y cicatrices y pene (porque sí, porque las mujeres trans son mujeres). Maquillada y al natural. Operada y al natural.
Pero, en mi humilde opinión, muchas veces desde el discurso mediático body positive (vertiente feminista de amor al propio cuerpo y filosofía de vida de muchas y cada vez más de nosotras) nos olvidamos de algo. Algo que siempre está ahí, que inunda los anuncios, los paneles publicitarios, las películas, el porno, las conversaciones, el arte, la salud, la enfermedad, el amor y, en definitiva, la vida.

Las tetas. Nuestras tetas. Otra parte cualquiera del cuerpo, un carácter sexual secundario como lo son la nuez o las estrías y que sin embargo en la cultura occidental arrastra una innegable carga erótica. Carolyn Latteier, la autora de “Pechos, la perspectiva de una mujer de una obsesión americana”, escribe: “Mucha gente piensa que la fascinación por los pechos es sencillamente naturaleza humana, pero en muchas culturas los pechos ni siquiera son sexuales. Entrevisté a una joven antropóloga que trabajaba con mujeres de Mali, un país de África donde las mujeres van por ahí con los pechos descubiertos. Están siempre alimentando a sus bebés. Y cuando les dijo que en nuestra cultura, a los hombres les fascinan los pechos, hubo un instante de shock. Las mujeres se echaron a reír. Se reían con tanta fuerza, que se cayeron al suelo. Decían, ¿Quieres decir que los hombres actúan como los bebés?”

http://whennurturecalls.org/
Y la sexualización de los pechos los convierte en objetos de deseo a censurar en el espacio público, en apéndices políticamente incorrectos. Así, nos encontramos con la expulsión de una clienta de Primark por amamantar a su bebé dentro de la tienda; nos encontramos con que Instagram censura los “pezones de mujer” pero no los “de hombre”; nos encontramos con que no llevar sujetador es lo raro cuando el sujetador no es una prenda en absoluto necesaria para el cuidado del pecho.

Sally Hewett
Pero no es esto de lo que yo he venido a escribir. Yo he venido a escribir sobre cómo el canon de belleza no se olvida, por supuesto que no, de las tetas; sobre cómo hay un “canon de tetas” y, por supuesto también, miles y miles de tetas que no se ajustan a las exigencias de belleza patriarcales.
Blanca Suárez para Intimissimi
Lo demuestra la popularidad de los aumentos de pecho dentro de la cirugía plástica. Lo demuestran las técnicas para librarse de las estrías en las tetas y artículos como este, en que la autora se pregunta (no sin un deje crítico) cuál es el mejor método para exfoliar de vello su pezón. Lo demuestran los incontables modelos de sujetadores con relleno y push-up para levantar (porque aparentemente la belleza va reñida con la gravedad).

Y yo estoy convencida de que, como yo, somos cientos, miles las niñas que hemos crecido y crecen acomplejadas por sus tetas. Que crecen mirando sus tetas con desconfianza, si tienen suerte, y virulento odio si no la tienen; deseando que haya más, que haya menos, que estén más juntas, que no haya pelo, que no cuelguen y que parezcan siempre, en definitiva, tetas de anuncio. Tetas de desnudo de actriz de película. Tetas retocadas y artificiales.
Así que hoy escribo esto, para esa niñita de 13 años que se saltaba excursiones del colegio cuando íbamos a bañarnos, que se enfrentaba con angustia a las compras veraniegas de bikinis y dormía con sujetador (con relleno, por supuesto) por no notarse tan plano el pecho. Para esa niñita que no era capaz de imaginar que algún día alguien le iba a desabrochar apresuradamente otro sujetador.
Esa niñita era yo, éramos y somos muchas, y no se me olvida aunque ahora escriba esto y mire, desde arriba y con satisfacción, a estas dos compañeras que espero tener siempre conmigo. Al alcance de mis manos.

Y porque no se me olvida, escribo esto. El Manifiesto de Amor a las Tetas, sí, por ellas.

Las tetas son todas maravillosas. Intentad no escuchar a cualquier hombre (y a cualquiera en general) que opine lo contrario.

Vuestras tetas son jodidamente maravillosas. Intentad libraros de cualquier hombre (a lo de arriba me remito) que os las vea, toque, chupe, muerda y no piense lo mismo.


Vuestras tetas enanas son maravillosas. Vuestro pecho plano es maravilloso. Vuestras tetas enormes son maravillosas.


Vuestras tetas que cuelgan son maravillosas. Vuestras tetas “de gorda” son maravillosas. Vuestras tetas pequeñas son maravillosas.

Vuestras tetas pequeñas en un cuerpo que no lo es tanto (un cuerpo que no es de reloj de arena) son maravillosasVuestras tetas peludas son maravillosas.

Vuestras tetas de areola amplia son maravillosas. Vuestras tetas de pezón imperceptible son maravillosas. Vuestras tetas de pezones invertidos son maravillosas.
minuty.tumblr.com

Vuestras tetas sin sujetador son maravillosas. Vuestras tetas con push-up, foam, relleno  y aros (que no os hacen falta) son maravillosas.


Vuestras tetas vendadas son maravillosas. Vuestras tetas henchidas de leche son maravillosas. Vuestras tetas asimétricas son maravillosas.


Vuestro pecho post-quirófano es maravilloso. Vuestras tetas en crecimiento son maravillosas.


the Nutty Tarts
Vuestras tetas blandas son maravillosas. Vuestras tetas arrugadas son maravillosas. Vuestras tetas “de niña” son maravillosas.

Vuestras tetas cubiertas de cicatrices son maravillosas. Vuestras tetas tatuadas son  maravillosas.

Vuestras tetas picudas son maravillosas. Vuestras tetas con estrías son maravillosas. Vuestras tetas con granos son maravillosas.

Vuestras tetas después de tres hijos lactantes son maravillosas. Vuestras tetas negras, marrones, de cualquier color son maravillosas.

Vuestras tetas reducidas en quirófano son maravillosas. Vuestras tetas aumentadas en quirófano son maravillosas.

Vuestro pecho que no llena el sujetador es maravilloso. Vuestras tetas a las que injustamente les hacen falta sujetadores carísimos para caber son maravillosas.

Vuestras tetas de chico, de chica, y de ninguno de los dos son maravillosas.

Nuestras tetas son maravillosas. Mis tetas son maravillosas. Tus tetas son maravillosas. Sus tetas son maravillosas.

Nuestras tetas, así como la falta de ellas, son maravillosas porque son nuestras; ocupen lo que ocupen y sean cómo sean.

Nuestras tetas son maravillosas, pero no son ni de lejos lo más importante de nosotras. Lo más importante es el corazón que late debajo.